Zapeando hace unos días, me topé con una película-documental sobre uno de mis grupos de cabecera de aquellos años y, escuchando de fondo sus canciones, evoqué recuerdos de situaciones y personas que calaron hondo en mí y con ellos, una profunda reflexión sobre el sentido y significado de la amistad verdadera.
Claro que con ese grupo, esos años, y este dichoso mes, que empieza con los Santos y acaba en San Andrés, no podía sino rememorar los momentos pasados con un amigo de los de verdad, y con un relato corto que compuso, que acabó ganando un concurso literario que tenía el mismo título que este post.
Hace ya años que no nos vemos. Sé de él por lo que veo en las redes sociales, por lo que me cuenta su hermano con el que me cruzo con cierta frecuencia, por lo que me dicen conocidos comunes a los que cada vez veo menos. Probablemente no coincidimos casi nunca porque nuestras vidas siguen caminos muy divergentes, y me alegro mucho, porque mi amigo ha cumplido los sueños que siempre tuvo: vivir en torno a la docencia de lenguas bárbaras y a la música de bárbaros rockeros.

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Pero lo verdaderamente importante es que, como aquella vez que necesité un testigo para mi boda o cuando necesitaba tener cerca un hombro en que llorar la pérdida de un ser querido, estuviste conmigo y sé que a poco que levante un dedo pidiendo tu ayuda, estarás. Ese es probablemente el sentido de la palabra amistad, y esas son las cosas que valoro de mi existencia. Aunque no nos veamos ni en foto, yo sé que siempre estás allí.
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